Ciudad de México; 10 de octubre de 2021.- De acuerdo con cifras de la Organización Mundial de la Salud, la depresión afecta a 264 millones de personas y es una enfermedad crónica no transmisible que puede durar varios años, lo cual tiene un costo en el tiempo de vida saludable, además de ser una de las principales causas de discapacidad en el orbe, afirmó la directora de la Facultad de Psicología de la UNAM, María Elena Medina-Mora Icaza.
Padecerla en la adolescencia y no recibir tratamiento significa tener 3.2 por ciento más riesgo de abandonar la escuela, con lo que se perdería la oportunidad de tener mejor vida; 18 por ciento más riesgo de presentar dependencia a drogas; y seis por ciento de riesgo de abuso sexual, alertó durante el Seminario Permanente de Bioética, organizado por esta entidad universitaria, al cual asistió el coordinador del Programa Universitario de Investigación en Salud (PUIS) de la UNAM, Samuel Ponce de León Rosales.
“Uno de los mayores costos de la depresión no atendida es lo que se le llama presencialismo”, ya que las personas están bien para trabajar, pero no producen, lo cual significa pérdida importante para el Producto Interno Bruto, las personas y sus familias, indicó.
Se trata de un padecimiento que afecta más a la mujer que al hombre y, en el peor de los desenlaces, puede llevar al suicidio “a pesar de contar con tratamientos eficaces”.
Medina-Mora Icaza explicó que la situación previa a la pandemia en cuanto a depresión no atendida era delicada; sin embargo, el riesgo se incrementó debido a la crisis sanitaria y posteriormente por las secuelas de la COVID-19; ese aumento de casos lleva a considerar a la depresión como la gran epidemia.
La especialista refirió que es una enfermedad que se asocia a sufrimiento físico y hay estigmas de la sociedad de que está en las manos del paciente su mejoramiento; esto no es así, se requiere de ayuda profesional.
En ese contexto, la experta en Psicología Social enfatizó que es fundamental cambiar la manera en que se da tratamiento, ya que este padecimiento se agrava en condiciones de pobreza y por no cumplirse las necesidades básicas, lo que aumenta las brechas de desigualdad relacionadas con salud.
Entre los síntomas están: disminución del interés o capacidad de disfrutar las actividades, pérdida de peso o aumento del apetito, insomnio o hipersomnia, agitación o lentitud psicomotoras, fatiga o pérdida de energía, sentimientos de inutilidad o de culpa excesiva, reducción de la capacidad para pensar o concentrarse y pensamientos recurrentes de muerte.